los doctores balmis y salvany contra el ministro de la muerte

Ahora que las vacunas forman parte de nuestra vida diaria, podemos echar la mirada atrás para recordar otros momentos de la historia en la que también tuvieron un gran protagonismo.

La viruela ha sido una de las enfermedades con más alto riesgo de muerte, y también una de las dos enfermedades (junto a la peste bovina) que ha sido erradicada con la vacunación. En concreto, la OMS certificó su erradicación en 1980.

Se desconoce su origen exacto, pero existen evidencias de su existencia en restos en momias egipcias del siglo III a.C.

La enfermedad se propagó a lo largo de la historia a través de brotes periódicos: en la Europa del siglo XVIII se estima que unas 400.000 personas morían cada año por ella.  Sólo en el XX, la viruela mató a 300 millones. En 1967, se registraron 15 millones de casos.

Los españoles nos tenemos que sentir orgullosos de que en medio de la pandemia tan contagiosa de la viruela, surgiera en 1803 la primera expedición científica y sin ánimo de lucro de vacunación de la historia. Se trató de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna y tuvo lugar durante el reinado de Carlos IV, con el fin de llevar la vacuna de la viruela a las posesiones españolas de Ultramar (América y Filipinas), pero también cómo producirla y organizar las juntas de vacunación.

La Corona quería vacunar a todos por igual, sin que hubiera ni turnos ni prioridades de unos sobre otros.

Otra de las grandes diferencias con el momento actual era la falta de medios. Como la vacuna no se conservaba más de doce días in vitro, se optó por la técnica del brazo a brazo. Ésta consistía en que se inoculaba el virus mediante una pequeña incisión en niños entre 4 y 14 años, quienes desarrollaban pequeños síntomas de la enfermedad pero quedaban inmunizados y protegidos del virus más agresivo.

Para esta misión, se escogieron a 22 infantes de un orfanato de Santiago de Compostela que dirigía Isabel Zendal. La ruta pasaría por Sudamérica, El Caribe y las Filipinas. En concreto, partieron de La Coruña el 30 de noviembre de 1803, en la fragata María Pita.

Esta gran labor altruista fue capitaneada por Francisco Javier Balmis y por José Salvany y Lleopart. El primero ha sido bastante laureado por su vida, a diferencia del segundo, por lo que me detengo especialmente en él para hacer justicia a un médico, cirujano y militar que dio su vida por los demás.

Salvany nació en Cervera (Lérida) en 1778. Tras un expediente impecable, a sus 25 años es reclamado por Balmis para esta expedición filantrópica. Ya entonces padecía crisis palúdicas. De ahí que le llamaran ‘el tísico’.

Este catalán insigne salió de La Guaira con tres ayudantes y cuatro niños que se transmitían la vacuna, hacia Cartagena (de Indias). Naufragaron en el río Magdalena, pero lograron continuar el viaje y realizar allí más de 2000 vacunaciones. Ascendieron hasta llegar a Santa Fe de Bogotá el 17 de diciembre de 1804, donde practicaron más de 2000 vacunaciones, aparte de las realizadas por el camino.

Por entonces Salvany comenzó a manifestar signos de tuberculosis pulmonar y vomitaba sangre, pero continuó adelante.

Siguió hasta Quito y vacunó a unas 7000 personas. Entre Santa Fe de Bogotá y Piura había realizado 100.401 vacunaciones. Desde Piura, y tras superar las manifestaciones tumultuarias en el poblado de Chocope, pues los indígenas fueron inducidos a una revuelta contra la vacunación, alcanzan Trujillo y luego Lambayeque (donde les robaron las cabalgaduras y las provisiones), para entrar en Lima.

El 1 de octubre de 1806, Salvany informó al rey de que había vacunado a 22.726 personas en Lima. Salió de la Ciudad de los Reyes el 28 de enero de 1807 con dos niños hacia Puno (en el Lago Titicaca), adonde llega a fines de 1808. A pesar de vómitos de sangre frecuentes, llegó a La Paz donde comunica a la Corona que ya ha vacunado a 197.004 personas en el Alto Perú (lo que hoy es Bolivia).

La frágil salud de Salvany se agravó por el cansancio del viaje. Si en Colombia había perdido la visión de un ojo, las crónicas cuentan que en estas alturas del viaje sufría de malaria, difteria y tuberculosis, además de tener la muñeca derecha mal curada después de habérsela ‘dislocado’. Aun con todo, siguió adelante con su misión y vacunó en La Paz, Oruro y Cochabamba. Pretendía llegar hasta Buenos Aires, pero el 21 de julio de 1810 fallecía de sus varias enfermedades. Murió a los 34 años de edad y fue enterrado en Cochabamba.

Ahora que se cumple el aniversario de su muerte, ya que no recogió en vida la gloria, quiero recordar la hazaña de Salvany, que después de recorrer a pie 18.000 km. a través de lugares inhóspitos donde no había ni caminos, llevando instrumental y vacunando a unas 200.000 personas y enfermo, dio su vida en un acto de amor digno de un mártir.

Por desgracia, no se le reconoce su labor ni en su pueblo. En concreto, cuando se quiso cambiar el nombre de la avenida de la Constitución de Cervera, se propuso su nombre, pero ganó el de “1 de octubre”, en memoria del día del referéndum ilegal.

 

Manuel Jorge Martín Montero

 


 

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