Vuelve a saltar la polémica. De nuevo dos discursos enfrentados en torno a un asunto que empieza a ser cotidiano en los días que vivimos: la libertad sexual, los discursos del odio y la censura. Esta vez la pugna ideológica se va a llevar a cabo en Cádiz y San Fernando, por lo que es de nuestro interés que reflexionemos sobre ello.
Cádiz es conocida, entre otras muchas cosas, por ser la cuna de la libertad. Fue en la tacita de plata donde se promulgó por primera vez en España una Constitución que reconocía las libertades de expresión y pensamiento, imprenta, y religiosa. Tres derechos básicos de todo ser humano que desde entonces no se ponen en cuestión. Si bien es cierto que la vida política de España durante los siglos XIX y XX fue bastante agitada, casi todas las Constituciones y regímenes políticos (salvo la última etapa de la II República y franquismo) han respetado estos principios básicos de organización social.
La Constitución de 1978, actualmente en vigor, reconoce expresamente en su articulado la libertad de pensamiento y expresión, la libertad religiosa e ideológica, así como el derecho al libre desarrollo de la personalidad. Además, prohíbe expresamente la discriminación de cualquier persona por su condición ideológica, social, cultural o sexual. Todo un abanico de garantías y libertades que han permitido que España avance y progrese como una sociedad moderna y madura.
Siendo todo esto verdad hasta los días en los que nos encontramos, estamos empezando a retroceder en nuestra concepción de lo que debe ser una sociedad libre. Ante el anuncio de que el HazteOír -plataforma famosa por el lema del autobús naranja Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva- aterrizaría en Cádiz para realizar una serie de actos en contra las «leyes mordaza LGTBI», el Alcalde procedió inmediatamente a calificarlos como «casposos», «intolerantes» y «generadores de discurso de odio». Inmediatamente, plataformas afines a Podemos y a colectivos LGTBI salieron exaltadas a afirmar que harían todo lo posible para que estos actos no se produzcan porque, a su juicio, generan mucho «sufrimiento». Y lo han conseguido.
Este es el punto que me parece más grave de todo este asunto: que pretendamos censurarnos los unos a los otros cuando lo que escuchamos no es de nuestro agrado. El discurso de HazteOír puede gustarnos o no, estar equivocado o acertado. Pero HazteOír tiene derecho a expresar su concepción de la realidad. Exactamente el mismo derecho tienen las plataformas y colectivos LGTBI a refutar y contrarrestar esas ideas.
Está muy bien que se hagan concentraciones, manifestaciones y demás actos de apoyo o repulsa de una idea. Me parece que es muy productivo que en libertad sea posible que convivan en el seno de una misma sociedad ideas de vida buena contrarias y antagónicas. Lo que no creo que sea de recibo es la censura que pretender practicar ciertos colectivos ante discursos contrarios a los suyos, impidiendo la realización de actos con concentraciones paralelas en los mismos lugares donde estaba previsto hacerse. Ese es el primer paso hacia el totalitarismo y la falta de libertades: no permitir que el disidente pueda alzar la voz ante una idea que considera equivocada. No hablemos ya de la agresión sufrida por Pedro Mejías, delegado de HazteOír en Cádiz, que es impropia de una sociedad civil sana. Debemos condenar la violencia rotundamente.
Espero que el resto jornada transcurra con normalidad y Cádiz pueda decir bien alto y claro que sigue siendo el máximo exponente de la reflexión, el debate y la racionalidad. Fuimos la cuna del progreso y debemos seguir siendo el baluarte de la libertad.
Manuel Benítez Pérez
Graduado en Derecho por la Universidad de Córdoba
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